En la estación Tacubaya del metro, en el acceso de la línea Tasqueña Observatorio, el público tiene ocasión de disfrutar una de las obras muralísticas de mayor aliento de los últimos tiempos.
Se titula Del Códice al Mural, fue inaugurado en mayo de 1987 y su autor es Guillermo Ceniceros Reyes, un durangueño que nunca ha negado la cruz de su parroquia.
Efectivamente, se complace en hacer saber que nació el 7 de mayo de 1939 en El Salto, Pueblo Nuevo, Durango. A los once años radicó en Monterrey y cinco años después hizo su ingreso a la Escuela de Pintura de la Universidad de Nuevo León, al tiempo que trabajaba en una fábrica de maquinaria, primero como aprendiz y después como dibujante.
En 1956 participa en una exposición colectiva en la Galería Cosmos, de Monterrey; tres años después se hace merecedor de un tercer premio en el Salón de n Noviembre de la Galería de Arte, en la misma ciudad; en 1960 toma parte en la Primera Exposición del taller Libre, en la galería antes citada.
Logra el primer premio del Salón de Noviembre, en 1961 e inmediatamente prepara, para el año siguiente, su primera exposición individual. En incontenible plan ascendente, gana el concurso para ejecutar un mural en la Ciudadela de Monterrey y es designado profesor del taller de artes plásticas de la Universidad de Nuevo León.
En 1963 realiza el mural, de 90 metros cuadrados, con la técnica de temple al huevo y acrílico, en el cubo de la escalera de la Biblioteca Municipal, en la Ciudadela. El tema es sugestivo: Alegría de la Educación Popular. Paralelamente expone individualmente en la Galería del INBA de Monterrey.
Se traslada a la ciudad de México y en 1964 participa en la exposición colectiva en la Galería Glantz; expone individualmente en la Galería Diana y colabora con Miguel Covarrubias en los murales del Museo Nacional de Antropología.
Al año siguiente vuelve a exponer individualmente en la inauguración de la Galería de Arte del Gobierno del Estado de Nuevo León. Su nombre se internacionaliza al adquirir la firma Matshushita, del Japón, trece paisajes suyos; también le compra la Gelería Iowa, Estados Unidos. Exhibe en la galería Simet, de Londres, a tiempo que ingresa a la Escuela Taller Siqueiros, de Cuernavaca; así colabora en los murales del Museo Nacional de Historia, la ex -aduana de Santo Domingo, 1a Asociación Nacional de Autores (ANDA) y el Polyforum Cultural del Hotel de México.
En 1986 expone individualmente en el museo de las Culturas, en el Centro Histórico de México; asimismo, logra mención honorífica en la Galerías Chapultepec.
Al año siguiente vuelve a exponer individualmente en la Galería Reforma y en las Galerías Chapultepec.
En 1968 nuevamente monta exposiciones individuales en el Museo de las Culturas y en la Galería Reforma, al tiempo que presenta una exposición retrospectiva en la Galería de Arte, de Monterrey. Participa en la exhibición colectiva en la Galería del Sótano y es nombrado jefe de taller en la Escuela Taller de Siqueiros. Su mayor logro ese año es ser aceptado como miembro del Salón de la Plástica Mexicana.
Hay años cruciales en la vida de los artistas y para Guillermo Ceniceros, 1969 lo fue: toma parte en la Exposición de Grabado del siglo XX en el Museo de Ciencias y Arte de la UNAM; el notable crítico Jorge Juan Crespo de la Serna lo selecciona para la muestra «Ejemplos de simbiosis plástica de la pintura» que se ofrece en el Palacio de Bellas Artes dentro del ciclo Exposiciones de Críticos.
Por último, obtiene dos premios: el del Distrito Federal en el concurso de pintura convocado por la SEP y la Cámara de Comercio de la Ciudad de México, y el del certamen auspiciado por la SEP y la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio (CONCANACO).
Todo ello lo ha conducido a la realización del mural que inicialmente se mencionó, que dignamente decora un espacio por el que transitan diariamente miles de mexicanos – mismos que se llevan en los ojos ese mundo sonámbulo de colores que alguien dijera del mundo plástico de México en su esplendor clásico.