Emiliano Hernandez Camargo

SEVERINO CENICEROS

Hay un hombre moralmente superior, en que no importa su grado de cultura: es el hombre que sufre por los demás. Un claro ejemplo de tal hombre superior es nuestro personaje. Dice el polígrafo Lozoya Cigarroa: «En el año de 1905 los hacendados de Fresnillo, Zacatecas, encabezados por Laureano López Negrete, trataron de apoderarse de gran parte de las tierras de la comunidad de Ocuila mediante un deslinde.

Los indígenas de Ocuila recurrieron a Severino Ceniceros para que los defendiera y éste sin que le ofrecieran pago alguno, logró del jefe político de Cuencamé y del juez de letras que extendiera orden para desalojar a los invasores y que se respetara la propiedad de la comunidad indígena.

Los hacendados, apoyados por el jefe de la acordada Manuel Díaz, cometieron el asesinato de seis de los jefes y amenazaron a Ceniceros con darle muerte si continuaba el litigio en favor de los indios de Ocuila en contra de los López Negrete.

Nuestro biografiado no se amedrentó y aunque de hecho tenía en su contra a las autoridades; por la vía legal y en juicio que mereció para él el reconocimiento del pueblo por lo difícil y lo bien llevado, consiguió la devolución de los terrenos, objeto del despojo». Fue así como Severino Ceniceros recibió su bautizo de honra en épocas aciagas de injusticia social. Épocas en que, como decía Wistano Luis Orozco, «cuando un hacendado podía llamar compadre al juez del distrito o hablarle de tú al gobernador, o al ministro», todo asunto, así fuera un crimen, se arreglaba…

Severino Ceniceros nació en Cuencamé, Durango, en 1880. Era de cuna humilde y en su tierra natal cursó los estudios elementales. De inmediato se vio en la necesidad de ganarse la vida y entró a prestar servicios en el Juzgado de Letras del lugar.

Su inquietud lo empujó a ser un autodidacta, ya que su condición económica le impedía acudir a las aulas. Así, a la vez que realizaba prácticas forenses acudía a las fuentes de la jurisprudencia aprendiendo a la par a hacer y a saber por qué se hacía.

Pero algo más caló hondo en su pensamiento y sentimiento de hombre bien nacido y fue, dice, en primera persona, que «el hecho de trabajar en el juzgado, aunque de empleado, me permitió conocer cómo se negaba la justicia a los pobres y se favorecía a los poderosos aunque no tuvieran razón». De aquí que interviniera eficazmente en el caso de Ocuila, lo cual lo colocaba en la otra orilla, en la de los que tienen hambre y sed de justicia.

Y llega el año de 1910, el año del centenario y de las celebraciones porfirianas bajo el signo de los «científicos». El 20 de marzo Madero toca Durango en gira electoral y como consecuencia se forma el comité local antireeleccionista. Para entonces, en frase del ingeniero Pastor Rouaix, «solamente un pequeño grupo de personas disfrutaba de elementos de riqueza» y era analfabeta «el 80% de la población». El cambio tenía que ser radical.

Por eso cuando no hubo más remedio que empuñar las armas el 20 de noviembre de 1910, Ceniceros fue de los primeros en acudir al llamado, en unión de Calixto Contreras, Jesús Agustín Castro y Orestes Pereyra. Esa primera etapa beligerante culminó con el sitio a la capital de Durango y finalmente la entrada de los maderistas el 31 de mayo de 1911.

Salió Díaz y entró Madero pero no pudo gobernar en paz; esta segunda etapa concluyó con el sacrificio de Madero y Pino Suárez y el ascenso del usurpador Huerta. Otra vez Ceniceros empuñó las armas de la legalidad.

En seguimiento de los ideales carrancistas del plan de Guadalupe, participó en la toma de Durango y en las de Torreón y Zacatecas. Al recuperar el constitucionalismo la capital durangueña fue electo gobernador provisional el Ing. Pastor Rouaix, el Io de julio de 1913; con él colaboró Ceniceros como comandante militar de Durango.

Posteriormente según noticia de Lozoya Cigarroa fue designado por el general Francisco Villa gobernador del estado, cargo que desempeñó del 28 de septiembre al 3 de octubre de 1914. Después de la escisión Carranza-Villa permaneció fiel al Centauro hasta su amnistía, para enseguida retirarse temporalmente a la vida privada.

Fue electo senador de la República por Durango para el período 1920-1922 desempeñaba tan alto cargo cuando, en enero de 1936, fueron desaparecidos los poderes de Durango por lo que fue llamado a ocupar el ejecutivo en lugar del general Carlos Real; pidió licencia, por enfermedad, siete meses después. Efectivamente, sus males se recrudecieron y al año siguiente en 1937, falleció en la ciudad de México, rodeado del afecto y el reconocimiento de los durangueños