Emiliano Hernandez Camargo

La Durangueñeidad

Hombres y Mujeres Ilustres de Durango

Cuando preparaba la tercera entrega de semblanzas bibliográficas que me hizo favor de publicar El Sol de Durango, me puse a pensar en la tarea periodística tan absorbente y tan de la hora, como lo decía el maestro Jiménez Rueda, que me he impuesto como disciplina y en la necesidad de reitera mi compromiso que nos anima la idea toral de nuestro modesto esfuerzo, el leit-motiv de nuestra excursión por los caminos de la expresión escrita.

Paramos de una base autentica, legitima, genuina: no somos escritores. Y lo que en último análisis nos impele es rescatar testimonios, informaciones, vivencias, que los profesionales de las plumas puedan utilizar en el futuro como infraestructura o andamiaje de sus construcciones de mayor aliento.

Reconocemos-con humildad- nuestro sencillo trabajo de acarreo y arrimo de materiales, pero a fuerzas de los hombres bien nacidos debemos garantizar que es una labor sincera bajo el ala evocadora de ese terruño –intransferible, razonadamente amada- que es Durango.

Por eso nos amarramos a la idea de la palabra escrita, nos uncimos a la galera de “ni un día sin una línea”, y con gozo entregamos el producto de nuestra búsqueda y recolección. Que la limpieza de intenciones sea nuestro mayor escudo contra el embate sostenido del tiempo.

El esplendor clásico del México Antiguo finco su vigor en raíces muy ondas y dio como resultado la ancha fronda de la toltecáyotl, la toltequidad, que al final y al cabo vino a significar la más alta gama de valores espirituales, algo equivalente a la traída grecolatina de la Verdad, el Bien y la Belleza.  La toltequidad vino a ser sinónimo de sabiduría en el más alto sentido de la palabra.

En estos días heteróclitos y cambiantes –en acelerado vértigo- que nos tocó vivir, también nos hemos querido cobijar bajo la ancha fronda de la Durangueñeidad; un amor a la tierra más con razón que con pasión. Un amor comprometido,. Y este compromiso no resulta ser otro que hacer crecer a Durango, con el corazón, el cerebro y las manos de los que habitan dentro de sus límites geográficos asó como los de la diáspora en esta ancha tierra de México en la que todos cabemos y en la que nadie sale sobrando.

Tal compromiso – a lo largo, lo ancho y lo profundo- indudablemente resulte mayor para quienes ya tienen nombre bien ganado en las inmensas parcelas del arte, la ciencia, la tecnología o la cultura en general y en las esferas de las decisiones políticas.

Resulta obvio que de aquí emane una responsabilidad dual: cumplir con el sector, la institución o la organización en la que se desarrolla, paralelamente, no olvidar que dicho cumplimiento conlleva la obligación moral de engrandecer  la patria chica, a la entraña provinciana de Durango tanto en la actividad familiar, personal, como en la productiva. En una palabra cumplir con el deber moral de afianzar la durangueñeidad.

Algo más que quisiéramos agregar sobre nuestra posición de rescate de testimonios, informaciones y vivencias.

Hasta cierto punto resulta cómodo y no muy temerario referirse a quienes ya han desaparecido de la escena de los vivos. En una labor de recopilación la responsabilidad se comparte –diseminadamente- con las autoridades que se citan: es una labor colectánea y colectiva. Cualquier aclaración resulta mediata o no inmediata.

En cambio es de alto riesgo referirse a quienes todavía alientan entre nosotros, a nuestros coetáneos y contemporáneos. En primer lugar hay que superar la suspicacia del lector: ¿Por qué Juan y no Pedro?

Porque en esto hay una gama de preferencias que a todas luces parece insalvable.

Sin embargo, a todos consta que ya hemos echado nuestro cuarto de espadas. Y sobre hechos consumados y por consumar solo quisiéramos acotar lo siguiente;

Escribimos sobre los vivos y no solamente sobre los desaparecidos, en primer lugar, por un acto de justicia. No es común reconocer los meritos de los demás en la vida por múltiples razones que serian difíciles de enumerar.

En segundo lugar lo hacemos con intención pragmática; nos place y complace valorar en nuestros paisanos contemporáneos, sus posiciones en las esferas del poder, la línea de sus aspiraciones públicas, sus aportaciones a la Republica, si ideario al servicio del país, sus trayectorias administrativas.

Pero sobre todo pienso –en silencio y en voz alta- en Durangueños cuya obra tarsciende en el tiempo y en el espacio para proyectarse a la sociedad –de hoy y tal vez de mañana y de siempre-. Desde luego nos vamos refiriendo a quienes conocemos y cuya cercanía nos permite ofrecer mejores testimonios, ya que –reitero- no somos escritores profesionales y nuestro modesto aporte es pensando en los demás.

Todo ello –rescate, homenaje- no obedece sino a nuestro sencillo y sincero esfuerzo de siembra y resiembra para alcanzar –en redondez colmada la durangueñeidad, nuestro amor comprometido con Durango.

Hemos hablado de obligación moral y la durangueñeidad lo es, pues se trata sobre todo de una fidelidad a las raíces a la entraña vital, al riñón de las vivencias ancestrales. Por lo demás es una fidelidad inculcada en el seno del hogar, de padres a hijos, de generación en generación. Como fijador de esas primogénias imágenes actúa el paisaje, el entorno vital, el medio ambiente de resonancias tradicionales. Así se integra un profundo contexto histórico.

Por lo demás, no nos alienta un simplismo panorámico, pues nuestra durangueñeidad no quiere decir limitación territorial sino ancho campo de acción que se proyecta, a toda la nación, ya que en la diversidad esta la riqueza de la patria. Por otro lado nuestra regionalidad no implica el rechazo de los demás, sino el fortalecimiento de la idea federalista y del nacimiento mexicano.

De ahí nuestra búsqueda incesante en la detección de valores, sobre todo en personas que irradian, con esplendidez, su calidad de durangueños.

En fin, esta búsqueda y rescate de la durangueñeidad quiere ser como una moneda o medalla con su anverso y reverso. Hemos hablado ampliamente del anverso, que en un último análisis es una muestra de buena fe. El reverso no puede ser de menor cuantía escribo para comprometer a seguir cumpliendo con Durango, su entraña, su paisaje y sus gentes. Es también, en último análisis, un acto de buena fe.

mbres y Mujeres Ilustres de Durango